Los desalojos sufridos por campesinos o por cualquier familia a la que se la despoja en minutos de todo lo construido y conseguido a lo largo de su vida, sin duda es un hecho de violencia extrema. Policías, topadoras, angustia, gritos, llantos, desolación, vacío, muerte.
Pero los desalojos y sus amenazas previas, también van generando un sinnúmero de violencias, reales y simbólicas, que horadan profundo en los corazones de quienes las sufren, hombres, mujeres y niños de tierra adentro.
“Pienso que si me voy lejos de mi vacas, voy a morir antes de tiempo”: la idea de muerte, a veces tan lejana para los jóvenes, se percibe cercana en los hombres del chaco salteño que sienten la amenaza de tener que dejar su tierra, su forma de vida, su estar en el mundo, para ir, quizás, a vivir con sus hijos que migraron, en una ciudad lejana, sin tierra, sin monte, sin vacas.
“Cómo vamos a vivir en Buenos Aires, enllavaos, con todo ese bullicio, y todos amontonados, nosotros vamos a visitar a los hijos y ya nos queremos volver”: cambiar la forma de vida cuando se tiene más de 70 años viviendo en la misma tierra, no cabe en los corazones sencillos de Don Lean y su esposa Avelina, y al escucharlos, el profundo sentimiento del arraigo se siente a flor de piel.
“Si usted viera cómo quedó ese ternero, eso no es normal”: el alambrado de los que se dicen dueños de esta tierra antigua, va enrejando al ganado de los campesinos. Las vacas chaqueñas, acostumbradas a conseguir su alimento a como dé lugar, van muriendo de hambre y de sed, cubriendo con sus cadáveres el territorio que antes les era permitido recorrer. ¿De qué vale el toro nuevo, mejorado, si los animales se mueren? Don Cándido, de 82 años, se apena cuando relata que tiene que elegir entre que se muera la vaca madre y el ternero, o matar la vaca y dejar el ternero.
“Los jueces si ven que tenemos mejoras, dicen que eso no vale porque es nuevo, que la torniqueta está brillante, no sirve; si tenemos los corrales viejos, dicen que no vale porque es viejo”: la justicia no es tal para los campesinos del chaco salteño, mira con desconfianza a esta gente trabajadora del monte. Esta justicia no quiere ver los viejos adobes que asoman tímidamente en el piso y que muestran que hubo cimientos de 100 años de la casa de los abuelos. Esta justicia, descree de la palabra y testimonios de la gente mayor. Esta justicia, hace valer el derecho de propiedad de empresarios poderosos y no el derecho de posesión más que veinteañal de Don Julio Cardozo y su papá de 80 años. Esta justicia, cercena la posibilidad de mejoras a los productores que quieren progresar con su trabajo.
“Quisiera que mi hija estudie, pero para mandarla tengo que pagar un alojamiento y otros gastos, y ahora la plata la tengo que gastar en abogados”: Inés cuenta angustiada el deseo que tiene que su hija mayor, de trece años, estudie el secundario. Y la impotencia se ve detrás de sus ojos aguerridos, porque los pocos ingresos de la familia se gastan en pagar a un abogado que los defienda, porque el colegio secundario queda lejos, después de recorrer un ¿camino? caluroso, polvoriento y poceado. Porque ese colegio representa la esperanza de su niña, que quiere ser maestra para instalar un colegio cerca de los puestos donde viven otros niños, que seguramente no estudiarán más que la primaria. Su niña adolescente, ya no sonríe como sus otros 3 hijos. Marianela y Manuela corretean, sonríen y juegan con su nuevo hermanito de 8 meses. En cambio Vanesa, muestra una mirada triste porque sabe de lo que hablan sus padres. Ella escribió hace un año y medio en nombre de las niñas campesinas del Puesto El Rondadero su preocupación por las “personas que hoy en día nos vienen a abatir, que no saben los derechos y sentimientos de niñas y niños que habitan en este querido chaco salteño. Personas que crean leyes para los niños de tener una vivienda digna y no las cumplen… como los jueces que se venden por dinero y dejan a un lado las verdades de nuestros abuelos, bisabuelos y de nuestros padres.”
Los desalojos y sus violencias se multiplican en esta tierra por cientos. Y en este país, en el monte santiagueño, en el norte cordobés, y en el sur lejano, la violencia se multiplica entonces por mil.
Pero siempre habrá una esperanza, mientras corazones sensibles escriban y publiquen lo que dicen estas voces, mientras compañeros y compañeras apuesten a trabajar junto a esos campesinos, mientras haya funcionarios que cumplan el deber por el que asumieron sus cargos, mientras se resista y se luche desde la convicción de justicia y la fuerza de una organización, mientras haya una niña campesina que diga “es necesario recordar a la época colonial de 1.810 para poder salvar nuestros montes, animales y hogares”…y sostenga “nos sentimos fuertes como corazón de palo santo”.
Ana Herrera
Salta, 11 de Noviembre de 2.010
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